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Arthur Rimbaud - Una temporada en el infierno, Iluminaciones, Carta del vidente



Una temporada en el infierno, Iluminaciones,
Carta del vidente
ISBN 958-97198-7-2
Colección Los Conjurados

comunpresencia@yahoo.com
Obra pictórica: Dioscórides


Charleville, 1854 - Marsella, 1891). Este poeta francés perteneciente al mítico grupo de los Malditos, es quizá la voz más influyente de la poesía del último siglo. Conocedor de varios idiomas (latín, griego, inglés, alemán, ruso, indostaní y árabe) desde la infancia demostró su extraordinario talento artístico.
A los catorce años inició sus fugas de casa y sus vagabundeos por Europa. En 1871 escribió el primero de sus importantes poemas (El barco ebrio) y conoció a Verlaine, con quien sostuvo una fructífera y escandalosa relación, que terminó con Rimbaud herido de bala y con su amigo en prisión. En 1873 publicó en Bruselas Una temporada en el infierno, el gran hito de su videncia poética. Entre 1872 y 1875 creó las Iluminaciones, y abandonó para siempre la literatura. Viajó por numerosos países de Europa, Asia y África, y luego se radicó en Abisinia, como comerciante de café, buscador de oro, explorador y traficante de armas. En 1891 regresó a Francia acosado por un tumor en la rodilla que lo llevaría a la muerte. Su magnífica obra ligada a su delirante vida se convirtió rápidamente en leyenda.
La traducción fue realizada por Marco Antonio Campos

Ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.

Me armé contra la justicia

Huí. ¡Oh miseria, oh hechiceras, oh odio, a ustedes mi tesoro les confié!

Logré desvanecer de mi espíritu toda la esperanza humana. A toda alegría, para estrangularla, di el salto sordo de la bestia feroz.

Llamé a los verdugos para morder, agonizando, la culata de sus fusiles. Invoqué las plagas para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango y me sequé con el aire del crimen. Y le jugué buenas trampas a la locura.

Y la primavera me trajo el horrible reír del idiota.

Y ahora, últimamente, encontrándome muy cerca de proferir el último ¡cuac! he pensado buscar la llave del festín antiguo, donde volvería tal vez a tomar apetito.

Esta llave es la caridad. ¡Esta inspiración demuestra que soñé!

«Serás siempre hiena, etcétera...», exclama el demonio que me coronó de dulces adormideras. «Gana la muerte con todos tus apetitos y tu egoísmo y los pecados capitales».

Ah, estoy harto: Pero amado Satán, te conjuro para que me veas con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de facultades descrip­tivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.

NOCHE DEL INFIERNO
He bebido un buen trago de veneno. ¡Bendigo tres veces el consejo dado! Las entrañas arden. La violencia del veneno tuerce mis miembros, me deforma, me derriba. Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. ¡Es el infierno, la pena eterna! ¡Miren cómo el fuego se alza! ¡Ardo como se debe! ¡Va, demonio!
Había entrevisto la conversión al bien y a la felicidad, la salvación. Puedo describir la visión: ¡El aire del infierno no tolera los himnos! Había millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles ambiciones ¿qué sé yo?

¡Las nobles ambiciones!

¡Y todavía en la vida! –¡Si la condenación es eterna! Un hombre que desea mutilarse está condenado ¿no? Yo me creo en el infierno, por tanto, estoy allí. El catecismo se cumple. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, ustedes hicieron mi desventura y la de ustedes. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar paganos, ¡Y todavía en la vida! Más tarde, las delicias de la condenación serán más profundas. Un crimen, pronto, que me despeñe a la nada, según la ley del hombre.

¡Cállate, anda, cállate!... Es la vergüenza, el reproche, aquí: Satán diciendo que el fuego es innoble, que mi cólera es espantosamente imbécil. ¡Basta! Errores que me vienen al oído, magias, perfumes falsos, músicas pueriles. Y decir que conozco la verdad, que veo la justicia: tengo un juicio sano y en orden, estoy preparado para la perfección... Orgullo. La piel de mi cabeza se deseca. ¡Piedad! Señor, tengo miedo. ¡Tengo sed, tanta sed! ¡Ah! La infancia, la yerba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el reloj tocaba las doce. El diablo está en el campanario a esa hora. ¡María! ¡Virgen Santa... Horror de mi estupidez

¿No viven allá abajo almas honradas que deseen mi bien?... Vengan... Tengo una almohada en la boca: no me oyen, son fantasmas. Además nadie piensa en los otros. No se acerquen, huelo a quemado, es evidente.

Las alucinaciones son innumerables. Es bueno lo que siempre tuve: ninguna fe en la historia, el olvido de los principios. Me callaré: se volverán celosos poetas y visionarios. Soy mil veces el más rico, seamos avaros como el mar.

¡Ah vaya! El reloj de la vida se paró hace un momento. Ya no estoy en el mundo. La teología es seria: el infierno, en verdad, está abajo y el cielo arriba. Éxtasis, pesadilla, sueño en un nido de llamas.­

Cuántas malicias da la observación en el campo... Satán, Ferdinando, corre con los granos salvajes... Jesús camina sobre las zarzas purpurinas, sin doblarlas... Jesús caminaba sobre las aguas irritadas. La linterna lo mostró de pie, blanco y de trenzas negras, al lado de una ola de esmeralda...

Voy a develar todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, porvenir, pasado, cosmogonía, nada. Soy maestro en fantasmagorías.

¡Escuchen!...

¡Reúno todos los talentos! No hay nadie aquí y hay alguien: no quisiera repartir mi tesoro. ¿Alguien quiere cantos negros, danzas de huríes? ¿Alguien quiere que desaparezca, que me sumerja en la búsqueda del anillo? ¿Lo quiere alguien? Fabricaré oro, remedios.

Entre tanto, tengan confianza en mí; la fe conforta, guía, cura. Vengan, vengan todos –aun los niños– que los consolaré y les daré el corazón: ¡El corazón maravilloso! ¡Pobres hombres, trabajadores! No pido plegarias. Únicamente con su confianza sería feliz.

Y pensemos en mí. Eso me hace extrañar muy poco el mundo. Tengo oportunidad de no sufrir más. Mi vida no fue sino locuras dulces, es lamentable.

¡Bah¡ Hagamos todos los gestos imaginables,

Decididamente estamos fuera del mundo. No hay un solo sonido. Mi tacto desapareció ¡Ah! Mi castillo, mi Sajonia, mi bosque de sauces. Las tardes, las mañanas, las noches, los días... ¡Qué fatiga!

Debería tener mi infierno para la cólera, mi infierno para el orgullo –y el infierno de la caricia: un concierto de infiernos.

Muero de cansancio. Es la tumba: voy a que me devoren los gusanos,­ ¡horror del horror! Satanás, farsante, quieres disolverme con tus encantos. ¡Protesto!, ¡protesto! Un jalón en la horca, una gota de fuego.

¡Ah, volver a la vida! Vigilar nuestras deformidades. ¡Y esta pócima, este beso mil veces maldito! ¡Mi debilidad, la crueldad del mundo! ¡Piedad, Dios mío, ocúltame, me siento tan mal! Estoy oculto y no lo estoy.

Es el fuego que se levanta con su condenado.


Derechos reservados de traducción
© Marco Antonio Campos