La morada fugitiva – Gonzalo Márquez Cristo
ISBN
978-958-9233-33-7
72 pg. 2014.
Colección Los Conjurados
Obra pictórica: Armando Villegas
Gonzalo Márquez Cristo. Poeta,
narrador, ensayista y editor. Nació en Bogotá, Colombia, en 1963, y falleció en la misma ciudad en 2016. Autor de los
poemarios: Apocalipsis de la rosa (1988), La palabra liberada (2001), Oscuro
Nacimiento (Mención concurso nacional José Manuel Arango, 2005) y La morada
fugitiva (2014); la novela Ritual de títeres (ganadora de Beca Colcultura,
1992); El Tempestario y otros relatos (1998) y Grandes entrevistas de Común
Presencia, realizada conjuntamente con la poeta Amparo Osorio (Premio Literaturas del Bicentenario, 2010, del Ministerio de
Cultura).
En 1989 participó en la fundación de la revista Común Presencia
(reconocida con Beca Colcultura a mejor publicación cultural del país, 1992),
de la cual es su director. Es creador y coordinador de la colección de
literatura Los Conjurados. Es Fundador y director del semanario virtual
Con-Fabulación. Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés,
alemán, francés, árabe, italiano, portugués, gallego, japonés y braille; y
figuran en 35 antologías. Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice
Blanchot (2007) con su trabajo «La Pregunta del Origen».
LLUEVE EN EL POEMA
La cicatriz del horizonte invade mis ojos:
La sombra ha sido proferida
Aprecio la querella entre el verdor y la muerte.
En esta ciudad han condenado fuego y tierra,
Sólo agua y viento: amigos transparentes,
Me acompañan
La jerarquía de lo invisible.
Texto de contraportada
Por Armando
Rojas Guardia
“Amanece:
Las palabras se vuelven transparentes
Al salir veo cómo se abre el silencio.
Hay un idioma que sólo hablan
Quienes acaban de nacer”.
Decididamente enamora el luminoso
castellano en el que está escrito La morada fugitiva. Su dicción es
perfecta y su fraseo, majestuoso. Sus versos, trabajados como con pinzas de
oro, son a menudo lapidarios y quedan por largo tiempo gravitando en la memoria
del lector. El desarrollo, contundentemente armónico de la versificación, es en
todo momento litúrgico, porque va sumergiéndonos en una atmósfera litánica de
gravedad religiosa, a la manera de un salmo laico, de un conjuro o de un
ensalmo.
La irreprochable belleza de este
poemario en su aspecto formal no hace sino sacramentalizar la hermosura de su
contenido. Se trata de una meditación lírica en torno a una apuesta existencial
por la ontológica intemperie que significa escribir poesía. Para el poeta ésta
supone e implica abandonar la seguridad de las certezas y caminar sobre la
cuerda floja de un asumido desamparo: sólo cuenta esa indefensión consentida.
Pero, como el acróbata circense, Gonzalo Márquez Cristo, al dar el salto mortal
sobre la cuerda que pende en el vacío, huérfano voluntariamente de todo
asidero, obtiene para él y para nosotros la recompensa de su propia danza
exenta, el efímero y maravilloso movimiento que lleva a cabo su destreza. Los
lectores celebramos emocionados el baile aéreo de esta poesía, tan íntima como
solemne, tan limpia como entrañable.