Eduardo Cruz Vázquez - Saldo a favor



Saldo a favor
ISBN 958-97417-5-4
Colección Los Conjurados
comunpresencia@yahoo.com

Obra fotográfica: Carlos Duque

(Ciudad de México en 1961. Estudió Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana, casa de estudios que le ha publicado dos antologías de su trabajo periodístico: Desde la frontera norte (1991) y Del mismo cuero salen las correas (2002). Es colaborador desde hace varios años del diario El Universal. Como poeta, fue reconocido en 1983 con la beca Salvador Novo del Centro Mexicano de Escritores. En el ámbito de la dramaturgia, en 1995 llevó a escena Los perros de Dios, espectáculo basado en la obra de Josefina Vicens. Como gestor cultural, ha laborado para numerosas instituciones, como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, donde se desempeñó como director de Prensa (1993-1996). Fue agregado cultural de México en Chile (1996-1997) y lo es en Colombia desde junio de 2001. Saldo a favor es su primer libro de prosas poéticas, publicado en la Colección Los Conjurados de Común Presencia Editores, 2005.


Incólume dictadura
Han pasado los años y sigo con el mismo y renovado sistema de organización social. Increíble la manera en que éste ha burlado engaños, promesas incumplidas, conflictos, motines, panfletos, verborrea, asonadas, traiciones, venerables demandas de equidad interna, de modernización ante la supuesta o ilusoria debacle de los modos autoritarios.
Ante la sistemática insatisfacción de las querencias y sus cómplices; de frente a la fuga incontenible, desconsiderada, del poco patrimonio que ostenta ésta mi patria fundada hace varias décadas y de cara a la rebelión en la que ellas insisten en no conocer límites, aplico simple, llana y de manera permanente, la mano dura.
No habrá tregua, sentencio desde la tribuna de esta modesta dictadura que con enorme facilidad, en tu caso, podrías destruir si al fin te dieras cuenta de tu responsabilidad histórica.
Pero no, estás en la coronilla de los vaivenes de tus dogmas y yo en el solaz imperturbable del tirano.

En el Amazonas
Tu caudal se confunde con el del Amazonas. Impones el reto de ir río arriba. Cantas de pronto y las ramas de la ceiba tiemblan armoniosamente. Luego los pasos precisos, los pies embalsamados por el lodo milenario, conducen a un recodo de la selva donde la violencia de algunos de sus habitantes en contra de mi piel es un acto divino. Sigo en apariencia tu rastro. Estás más allá de un nido de la victoria regia, tan grande como tu cantiña, como el respiro del amor que se siente afortunado. Casi te veo, ahora, en la ribera del lago de una isla amazónica. Parece por momentos que te pierdes en el otro extremo del río. Ahí le das de comer banano a los monos frailes y algunos agraciados se posan sobre tus dedos, sobre la muñeca, y sus suavidades se confunden.
Desnuda al fin, haces giros en la laguna incrustada, como si fuera el centro de un cenote, en tanto los delfines grises y rosados zarandean tus piernas. Yo no puedo atraerte con una canción porque no sé ninguna letrilla. Solo te miro y añoro la caricia del agua dulce que hay en tus poros, quisiera que resbalara hasta hacerme gemir. No puedo: la selva impone sus condiciones, a veces tan parecidas a las normas de nuestros entornos cotidianos. Me abrazo al árbol arado por las hormigas y dejo que marquen la ruta prevista. Te invoco ya en la espesura de la noche, con las nubes recostadas sobre las copas de los árboles, con el tintineo de las gotas que se filtran. Anhelo tu enramado, la tersura de la pluma, la firmeza del reptil, el ronroneo de los fluidos, el aleteo de la mariposa policromada, la maleza quebrándose al caer los cuerpos, la estampida de los mosquitos, el grito soberano con tu aria. Me aferro mientras crece el hormiguero. Estás en la otra orilla, del otro lado. En el Amazonas no hay puentes.

Manuscrito en una tumba
Sobre un costado de mi tumba encontré un día de primavera un papel con esta plegaria: «Ruego por el hombre que ha bebido mi sangre/ Ruego por los ojos de garganta entrecortada/ Ruego por el niño que lloró frente a su perro/ Ruego por la carne débil de grandísima coraza/ Ruego por las manos que acarician mi cabello/ Ruego por el ángel con el que me confieso sin pudor/ Ruego por la fuerza de la bondad no premeditada/ Ruego por su esencia inmaculada/ Ruego por su temblor imperceptible/ Ruego por la desaparición de sus miedos/ Ruego porque aniquile sus dolores/ Ruego por ser su mujer sin omisión/ Ruego porque este valle se calcine y renazca lo que nunca nació.»
Desde mi tronco metido en la ceniza grité. No escuchaste.
Y no podemos salir de la tierra.


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© Eduardo Cruz Vázquez